
¿Cuándo miramos, fragmentamos la mirada o todo se nos presenta ya fragmentado, en diminutas líneas que se tocan que que evaden sus límites? ¿Vivimos en un tiempo de murallas y bordes o la gente del mundo es imperceptible y ajena entre si? ¿Las ideologías existen o han desaparecido para dejar de entrar en la individualidad y el desconcierto? ¿ El mundo está abierto a los jóvenes o ellos recibieron el mundo como es hoy, autónomo y vertiginoso tobogán?
¿En la geometría podemos encontrar la forma del silencio absoluto? Es muy difícil crear en blancos y negros la cadencia conceptual de un hilo que intenta la superficie como terreno plano, como descanso, como el fin de una noche de luces, movimientos, transpiración, humo, de no reconocimiento del otro, una forma tibia, ambigua, que puede convertirse en el receptáculo de la agonía. Esa gente de la noche que hace invisible la posibilidad de comunicarse, o se comunica con los gestos primitivos del cuerpo que pide ayuda para ordenar la sensación de querer vivir. Y viven.

Los artistas percibimos el material que nos llama y De Rose va a su encuentro. Ese encuentro que contiene la magia de tocar lo originario para convertirlo en presente. Podríamos hablar del infinito pero no es este el caso. La pintura de Andrés intenta el rescate de cierta epidermis universal.
Andrés Waissman
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